Tenía nueve años cuando se le ocurrió pensar en la edad que tendría al morir. Y el número que surgió como respuesta fue el 51. Cincuenta y un años vistos desde los nueve es una edad casi inalcanzable, muy lejana, nada de lo que preocuparse. Y pocos minutos después esa cifra se quedó guardada en su memoria, en un pequeño rincón escondido, que encontraba de vez en cuando al curiosear entre sus recuerdos. Y se sonreía al rememorarla, una idea estúpida de una infancia demasiado llena de fantasías.
Al cumplir los cuarenta años encontró de nuevo ese recuerdo vagando por sus pensamientos, pero esta vez le prestó algo más atención. Los cincuenta y uno ya no parecían tan remotos.
A los cuarenta y cinco se dió cuenta de que algo dentro de él había cambiado. Súbitamente se sintió débil. No fué algo progresivo, que creciese o avanzase lentamente en su interior. O quizás sí y lo súbito fue ser consciente de que todos aquellos pequeños cambios se habían ido acumulando y llegaban como uno único. Ese estado le trajo de nuevo aquel pensamiento, que ahora ya no se le antojaba tan descabellado.
Empezó a obsesionarse y su estado físico no ayudaba a disipar ese sentimiento. Que él recordase, hacía más de quince años que no entraba en un ambulatorio, así que podía ser buena idea visitar a su médico para hacerse un chequeo general. Quizás encontrase explicación al nuevo lunar de su brazo derecho, que crecía o menguaba, se oscurecía o casi desaparecía, según su estado de ánimo y el grado de preocupación que en ese momento estuviese soportando. O al dolor en su muslo izquierdo, que no conseguía localizar en ningún punto concreto, pero que existía, dolía, aunque solo de vez en cuando.
Bueno – pensó – ¿Y qué voy a conseguir con eso?. Saber si alguna enfermedad estaba minando su salud no ayudaría al caso. Seguiría muriendo a los 51 años, solo que ahora con conocimiento de la causa. Pero no evitaría su muerte. No, – se dijo -no, la cuestión que debo resolver es otra. Tengo que aproximarme al problema de una forma diferente.
Una noche se despertó de madrugada y como no pudó conciliar de nuevo el sueño se sirvió una copa de vino y se sentó a oscuras en el salón. Levantó la persiana del ventanal para que entrará la luz nocturna y volvió a sentarse en el sofá. Observando el brillo y las sombras que las venas de su mano formaban sobre la piel concibió la pregunta: ¿Qué probabilidad existe de que un niño de 9 años de edad, vaticinando que su muerte ocurriría transcurridos 42 años, ésta se cumpla? ¿Cómo calcularla?
Hace cinco meses cumplió cuarenta y ocho años. La pregunta sigue sin encontrar respuesta. Pacientemente espera.
Mabel
No se puede calcular, la vida va pasando y no sabemos a que punto vamos a llegar. Pasa tan deprisa que muchas veces te paras a pensar, pero hay que vivir el momento, ya el destino se encargará. Un abrazo y mi voto desde Andalucía
JGulbert
Gracias Mabel. Estoy de acuerdo contigo, lo más sensato es disfrutar del momento.
VIMON
Una obsesión no poco común. Buen micro que se lleva mi voto.
JGulbert
Gracias Vimon. Un saludo!
jon
Buen trabajo. Enhorabuena.
Saludos.
JGulbert
Muchas gracias por el comentario Jon. Un saludo
veteporlasombra
A veces me pregunto qué rondará la cabeza de los viejitos de más de 85 años, cuando los veo pasear tan tranquilamente. Creo que llega un momento en que te debes adaptar a todo sin que te atrapen las preocupaciones. Un saludo…
JGulbert
Si, quizás por lo cotidiano haga que deje de ser una obsesión y se convierta en algo no preocupante? No se. Muchas gracias por el comentario. Un saludo!
Jose_Lobo
Me gustó mucho tu relato y el estilo literario de exposición. Obsesiones o «visiones» al margen, todos somos efímeros en el tiempo y el momento será lo de menos. Saludos!
JGulbert
Me alegra mucho que te haya gustado Joselobo. Gracias por el comentario.
OZ
Excelente
errante wey
Qué buen relato, mi voto.
Dehesa
En mi opinión, un magnífico relato, directo, y con mucho sugerido detrás.
Un saludo y mi voto, desde luego.
Edilberto Cauich
Impactante relato, sin palabras. Tienes mi voto!