Los trágicos acontecimientos con que fue sorprendida la ciudad transcendieron los límites de lo imaginable. De hecho, ni siquiera los propios investigadores de la policía consiguieron dar crédito a cómo se las había ingeniado un niño tan pequeño, para fabricar en el taller de su casa balas auténticas, y sin que nadie llegara a enterarse.
Fueron justo cinco proyectiles: Primero dos para sus padres. Dos más para sus amigos. El último para él.
-¿Aún estás con esa tontería? -le reprochó el padre cuando vio que Javier mostraba otra vez aquel cacharro inútil.
El hombre nunca llegaría a saber, más allá del tiempo que una bala tarda en penetrar en un órgano vital, lo bien que su hijo había perfeccionado el pedazo de metal envuelto en musgo que había rescatado del río el verano del año pasado.
Pum, primero al progenitor. Directo al corazón. Luego giró el cañón hacia la derecha, pum, a la madre en plena frente. A la pobre la cara de sorpresa no le duró ni un segundo. Su cuerpo se desplomó inerme junto al de su marido.
-¿Habéis visto? ¡Funcionan de verdad! -exclamó con entusiasmo.
Pum, a Abel. En cualquier parte del tórax. Era un niño, cayó como un pajarito.
Pum, a Leonardo. Por la espalda mientras trataba de huir. Otro gorrión.
-¡Toma ya, no ha fallado ni una bala. Las hice perfectas!
Se colocó la boca del cañón en la sien y apretó el gatillo.
Cuando llegaron las ambulancias aún consiguieron que Javier respirara durante varios minutos. Por los otros ya desde el principio no se pudo hacer nada.
-¿Y ahora qué se supone que hay que hacer con esta mierda?
-Señor comisario, es de lo que si se lo cuentan a uno, no se lo acaba de creer -respondió el policía uniformado que se encontraba junto a él.
-¡Hay que joderse! -masculló el comisario para sus adentros con gesto de escepticismo mientras observaba la escena. Había acudido directamente al lugar de los hechos, y al llevar la cazadora corta de calle desabrochada, ofrecía la apariencia de ser un ciudadano cualquiera-. ¡Hay que joderse! -seguía repitiendo mientras, sin parar de negar con la cabeza, se frotaba la barbilla con el índice y el pulgar.
Entre tanto el personal especializado se movía concentrado de un sitio para otro, recogiendo todo tipo de muestras para los análisis, y los fotógrafos, considerando cualquier ángulo posible, no paraban de provocar destellos con sus cámaras para que no se quedara ni un rincón de la casa sin registrar. Había que cumplir con el trabajo, fuera eso a servir ya para algo o no.
Gian
Excelente cuento. Me gustó.
Saludos y mi voto.
Gian.
Mabel
¡Impresionante! Un abrazo Antonio y mi voto desde Andalucía