Con el paso del tiempo Ramón había olvidado muchas cosas, y una de ellas era el tesoro que en ese momento sujetaba de nuevo entre las manos, sin contar el lugar secreto en donde lo había guardado con tanto esmero décadas atrás.
La alegría entrañable del descubrimiento también le había devuelto a la memoria el dolor de la muerte de Tobías, a quien una enfermedad fulminante se lo llevó al poco de haber cumplido los veinte años. El pobre hermano simplemente dejó de respirar, y se marchó para siempre. Era de ese tipo de personas sencillas a las que les disgustan las despedidas ceremoniosas.
Cuando terminó de rememorar aquel pasado ya neblinoso, guardó otra vez el camión en la caja, la cerró, y entonces se dio cuenta de que los niños le miraban preguntándose por qué se había callado tan de repente.
Ramón se fijó en una lata de paté y exclamó:
-¡Vaya, si ya se ha hecho la hora de la merienda!
Los niños abrieron los ojos de alegría.
-¿Qué hacéis niños? -se oyó, la voz de la madre.
-¡Jugando con el abuelo!
-Pobre hombre, si ni siquiera os vio nacer. Qué fantasía la de estos niños.
Gian
Bonito relato.
Saludos y mi voto.
Gian.
Mabel
¡Qué hermoso! Un abrazo Antonio y mi voto desde Andalucía