Es así como se matan los pájaros, a pedradas. Punto. No hay otra manera, o por lo menos no tan divertida, clásica y colectiva. Si, colectiva, porque recuerdo ver a muchos de mis amigos totalmente enceguecidos con la tarea de buscar una piedra entre la tierra, de perfecta morfología asesina. Nos subíamos a los techos de ruido delator que enloquecía a nuestros padres, amigos y eventuales enemigos, como si de un gran campo de juegos aéreo se tratase. Y aunque no recuerdo haber visto, en mis años de tonta felicidad automática, un cristofué herido o algún azulejo con peor suerte, la euforia, las groserías y las risas desorbitadas jamás huyeron de mi memoria, como tampoco olvidé la altura desde donde podíamos ver ya no a las futuras víctimas voladoras, sino a los otros techos con juguetes abandonados, olvidados y castigados. Imaginábamos los berrinches por cada juguete condenado a morir de olvido; casi podíamos oler el hedor a corazón roto de cada niño saltando inútilmente, tratando de tocar el cielo de metal injusto; sentíamos aun la paciencia sobrepasada de la madre, los gritos del padre, y la inevitable y dolorosa decisión de ambos: lanzar aquel balón de sueño navideño y cristales escondidos, patear hasta la estratosfera esa odiosa trompeta inagotable, desaparecer a la muñeca mutilada, al avioncito en el ojo, la pistola de balines y las bromas en el baño. Los triciclos oxidados y doblados eran los trofeos más crueles. Nos reíamos inventándoles historias sobre qué le gritaría el avioncito a la cabeza de la muñeca, tratando de subirse sin brazos al triciclo de la muerte, como si de una infantil película de terror se tratase. Los mirábamos desde los árboles, entre pedradas a los pájaros y a los trastos de los techos que ya no respondían, no sangraban, no morían.
ÉRAMOS NIÑOS (La maldad no tenía ese nombre)

Luis
Buen texto, Gerart, saludos y mi voto!
gerart
Gracias Luis!, espero seguir mejorando!
Mabel
Muy buen relato. Un abrazo Gerart y mi voto desde Andalucía