El náufrago,
harto de tanta soledad,
embotelló su ruego
y arrojó la botella
al devenir de las olas,
por un sí, un tal vez,
un quizá, un no sé.
La ilusión tan grande y absurda
-de otro modo no podría ser-
tras meses de derivar
regresó a costa.
La botella estuvo fuera de vista
durante varios viernes,
oculta entre algas.
Y hubo al fin un paseo,
y hubo un reflejo extraño
en la arena de la orilla.
Y así cuando no había esperanzas
fue descubierta,
ahora tan bienvenida
como había sido olvidada.
El mensaje decía que
Estela era su nombre,
que su apellido
le sabía a Mar
y también habían escritos
de alquimia,
fórmulas de números
con agua salada.
El náufrago, alérgico
de monodietas de coco y pescado
se aferró a su única ilusión
e hizo lo único que podía:
rezó y esperó.
El destino se apiadó esta vez
y consintió que la hechicera
fuera a naufragar a su lado.
Ahora nada ni nadie los puede separar
son como hambre y ganas de comer:
siempre se renuevan.
Aprendieron de tanta soledad
y tanta magia
cuando estaban separados;
ahora juntos
por toda la eternidad,
allí en su islita perdida
para los otros:
ellos no necesitan más.
Opzmo
¡Buenas tardes, Pablo! Hermoso poema; me vi en la isla, me vi en el náufrago, pero guardaré el nombre de la hechicera solo para mí, porque no es de caballeros divulgar la identidad de ciertas damas. Un abrazo, Pablito.
Mabel
¡Qué belleza! Un abrazo Pablo y mi voto desde Andalucía
viky
Es la isla perfecta. Lindo poema. Mi voto para ti Pablo desde Chile.
Laura C.
En alguna parte escuché que cuando dos se quieren bien, el resto sobra.
Me gustó.
Dejo mi voto.
Pablo Mario Gambino
Gracias, chicos. Para vos, Panchito; el nombre, que sería Stella Maris, fue una licencia poética. No me digas que no soy caballero que voy y te araño todo.
Tara
Hermoso poema 🙂